Ara Puiré
Es en
Misiones, en una espléndida mañana de luz, de sol y colores; Ara Puiré, el niño
que cayó un día de la luna, envuelto en un manto de oro, se mece en una piragua
(pequeño bote de madera). El Paraná ancho y tranquilo semeja un vasto espejo
brillante. Los loros y las cotorras charlan sin descanso en los árboles de la
orilla y los juncos balancean sus tallos flexibles. Ara Puiré, el niño hermoso
como el sol y como la luna, entrecerrando sus ojos, acecha la tararira y la
boga, que pasará entre sus aguas, al alcance de su flecha.
Ara Puiré es hermosa, el cielo no es más azul que sus ojos, el sol no es más brillante que sus cabellos rubios; su boca es roja, como la roja flor del Ceibo.
Ara Puiré conoce su hermosura y por ello es orgulloso. Desprecia a los otros niños indígenas de Tucurú Pucú, los castiga y maltrata, porque son de tez bronceada y de cabellos negros y lacios. Se hace servir como un cacique Yo soy dice el hijo del sol y de la luna; mata a los pájaros y los insectos, es dañino, insolente y perverso.
Se complace arrancando los ojos al chacá, pisoteando las flores de la selva, desgajando las ramas de los árboles, y destrozando los nidos del hornero.
A pesar de todo esto, todos aman al niño porque su belleza puede comprar el alma y la voluntad de culaquier persona, incluso algunos dioses. De pronto oye un largo silbido, parecido al del "carpintero". Es Tabaré, el indio que lo ha criado, quien lo llama, y al oír su llamado que repercute en el silencio de la selva, Ara Puiré piensa con crueldad.
Ara Puiré es hermosa, el cielo no es más azul que sus ojos, el sol no es más brillante que sus cabellos rubios; su boca es roja, como la roja flor del Ceibo.
Ara Puiré conoce su hermosura y por ello es orgulloso. Desprecia a los otros niños indígenas de Tucurú Pucú, los castiga y maltrata, porque son de tez bronceada y de cabellos negros y lacios. Se hace servir como un cacique Yo soy dice el hijo del sol y de la luna; mata a los pájaros y los insectos, es dañino, insolente y perverso.
Se complace arrancando los ojos al chacá, pisoteando las flores de la selva, desgajando las ramas de los árboles, y destrozando los nidos del hornero.
A pesar de todo esto, todos aman al niño porque su belleza puede comprar el alma y la voluntad de culaquier persona, incluso algunos dioses. De pronto oye un largo silbido, parecido al del "carpintero". Es Tabaré, el indio que lo ha criado, quien lo llama, y al oír su llamado que repercute en el silencio de la selva, Ara Puiré piensa con crueldad.
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